jueves, 3 de octubre de 2013

Reflexión

Algunas de las cosas más complicadas que se puede vivir -según creo- es la pérdida de un hijo, la partida de los padres, una enfermedad terminal, la pérdida de un amigo o amiga, la ruina financiera, reprobar un ciclo escolar, y un largo etcétera.

Y por extraño que parezca, tarde que temprano, casi todos logramos superar dichos momentos, no sin heridas, no sin vivir un dolor, un duelo, y quizá bajo la necesidad de un espacio y un tiempo para acomodar las cosas. "Se sufre para merecer", dirán algunos, otros dirán: "Después de la tempestad viene la calma". Muchos nos dirán: "Ya pasará"

¿Qué tan cierto es? No sé, porque precisamente en esos momentos dan ganas de decir: "Es que tu no estás pasando lo que yo", "es que no sabes lo que siento", "es que éste dolor es único"...frases hechas, comunes y repetidas, aunque  a nosotros nos parezcan de lo más original y no por ello -al fin comunes y repetidas- falsas. Siempre y cuando las digamos, enmarcándolas en el momento que se vive.

Por ello me detengo precisamente en esos momentos, de requerir espacio y tiempo, en donde desafortunadamente nos desviamos, nos confundimos, perdemos la esperanza en las personas, el foco en lo importante, la fe misma.

Todo es incidental, somo parte de un entorno y circunstancia que, como diría Ortega y Gasset, nos circunscribe, nos define, nos limita en tanto no hagamos por cambiarla.

Así las cosas, en nuestra pérdida de enfoque, olvidamos que lo primero son las personas, nosotros entre ellas. Y si hemos de aceptar que somos seres sociales, que vivimos en un desamparo ontológico que nos lleva a lo que Eduardo Nicol llama "el completarse", cumpliendo la misión que tenemos encomendada, debemos saber que no estamos solos, que compartimos un tiempo y espacio con personas que nos agradan a veces, y nos desagradan otras tantas, pero a fin de cuentas, somos habitantes de este mundo, y si en vez de ser rivales fuésemos cómplices, socios o buenos compañeros, éste sería muy distinto.

Es aquí y en esos momentos y circunstancias de desamparo, angustia y soledad, que vive nuestra sociedad y nosotros con ella,  en que lo único que nos podría quedar es la fe, y sin embargo, se nos hace tan sencillo renunciar a ella, deshechándola como tantas cosas deshechamos en esta sociedad de consumo.

No es aconsejable deshechar las relaciones humanas, mucho menos la fe. Al final de todo, detrás de la tecnología, de las riquezas, de los conocimientos, todos somos esencialmente lo mismo: personas, criaturas divinas, creadas a imagen y semejanza de Dios, hermanos.

No soy precisamente una buena persona, ni me impresionan fácilmente los mensajes humanistas, filosóficos o religiosos, pero me llegó al corazón una meditación que compartieron conmigo hace dos días, un par de jóvenes, una egresada de la UVM Reynosa, en la que me hicieron darme cuenta que  en todos los momentos de la vida, Él siempre ha estado ahi, sin respaldar o reprochar mis decisiones, dejando que ejerza mi libre albedrío, pero cuidando que el camino que pise, me lleve a buen destino.

Puedo equivocarme, una y cien veces, solo espero, que en algún momento, en algún lugar, así sea pasado un tiempo, éste acomode las cosas y deje que la vida, las personas y las relaciones fluyan, para no gancharnos en cosas que ni se viven, ni se sienten, simplemente dejamos alimentar por el momento y circunstancia, escuchando voces agoreras de desastres, de calumnias, de falsedades.

Confío que tarde que temprano, nos demos cuenta que el mejor camino es el de vivir la fe, cumplir el designio divino, y confiar en la sabiduría del Señor. Así, no habrá tragedias en nuestro entorno, dificultades tal vez, pero no obstáculos que no pueda sortearse.